El último informe de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) no sólo marca el fin de un sexenio, sino también el comienzo de una nueva era en la política mexicana.
Bajo el estandarte de la Cuarta Transformación (4T), López Obrador ha esbozado una serie de logros que, según su gobierno, han marcado un antes y un después en la historia del país.
Este proyecto político que surgió en el 2014, como una ruptura con el pasado neoliberal y el establecimiento de un nuevo paradigma de gobernanza, ha sido aplaudido por sus seguidores y criticado por sus detractores, pero innegablemente ha dejado una profunda huella en México.
No olvidemos que uno o el principal pilar de la 4T ha sido la lucha contra la corrupción.
Lo que lo ha llevado al éxito total, dijera AMLO: “No hay mal que dañe más a México que la deshonestidad de los gobernantes”, así de concreto y de efectivo ha sido el mensaje.
Frases como la austeridad, la reducción salarios de altos funcionarios y la eliminación de privilegios, han sido también su bandera.
López Obrador ha logrado lo que ningún otro Presidente de la República ha alcanzado: el 73 % de aprobación a su trabajo.
Por supuesto que aún hay muchas cosas por hacer, combatir la inseguridad, la pobreza y la falta de empleo, mejorar el sistema de salud y la desigualdad, vaya temas que son de prioridad para los mexicanos.
Sin embargo, la 4T ha representado, para muchos, una esperanza de cambio y si no me cree ahí está el 2 de junio, donde Morena arrasó a los partidos tradicionales como el PAN, PRI y la extinción del PRD.
Y pudiéramos decir mucho del último informe de gobierno de López Obrador: los logros y desafíos alcanzados, lo bueno y lo malo, lo destacado y lo olvidado.
Pero lo que es innegable es que el gobierno de Andrés Manuel ha dejado una marca indeleble en la política mexicana, y su legado continuará siendo objeto de análisis y debate en los próximos años ¿O no?
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